Murió el Maestro sin Par
En la otoñal madrugada del 13 de mayo de 1936, cuando
apuntaba el alba, dejó de existir en su domicilio de la calle de la
Penitenciaria del limeño Barios Altos, el gran Felipe Pinglo Alva. No hubo más
testigos que su esposa Hermelinda, sus tiernos hijos Carmen y Felipe y algunos
amigos de la intimidad.
Felipe Pinglo Alva,
sencillo de conducta, humilde y condescendiente, locuaz y talentoso, en los 37
años de existencia, nos ha legado páginas, que reiteradamente se presume que
son himnos de la condición humana. De su inventiva hubo la dicción en
compositores que han calado hondamente como El Plebeyo, sueños de opio, etc.
Fue limeño de cuna, vivencia y muerte, pues el gran Felipe
nació en la calle del Prado y falleció en La Penitenciaria de su mismo barrio.
Sus viajes más largos fueron por el norte, Ancón; por el sur, Pucusana; por el
interior Chosica y por occidente las riveras chalacas y limeñas.
“Murió el maestro sin par,
hoy por ti ha de llorar,
la bohemia criolla.
De luto están las guitarras,
todo es tristeza y dolor.
A la necrópolis va,
con sentida emoción
numeroso cortejo;
y al llegar el ataúd,
todos quieren cargar
al amigo que fue…”
asi le cantó pedro Espinel, su compadre, recogiendo el
sentir de los acompañantes en el último adiós al maestro de maestros de la
canción popular.
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