Madre, es hermoso homenaje
A una dama norteamericana, doña Ana Jarvis, se debe de que
el mundo celebre el “Día de la Madre” que en 1914 se oficializa en los Estados
Unidos. Diez años después, se crea en nuestro país, por disposición suprema del
presidente Leguía, atendiendo a las gestiones del Centro Universitario Ateneo se
San Marcos, en la primera celebración hablaron Manuel Vicente Villarán, Luis
Varela Orbegoso y Carlos Alberto Eizaguirre. Daniel Ruso recitó su canto a la
Madre.
La musa popular, como en todo lo que se sublimiza en el alma
del pueblo, no puede postergar su ausencia en este acontecimiento y se hizo
presente con muy bellas canciones; y como esta fecha alcanzara acogida
inmediata en todo el orbe los cantos poéticos y musicales nuestros,
sobresalieron de manera muy especial.
Era el segundo sábado de mayo de 1953. Manuel estaba en una
cantina de Surquillo con amigos que tocaban guitarra. A la cantina le decían
“El Silletaso” por qué se fomentaban trifulcas donde acababan rompiendo las
mesas y las sillas. Ese sábado Acosta Ojeda se sentía muy deprimido al ver que
la gente compraban botellas de licor para llevar a sus casas y agasajar a sus
madres.
Manuel al ver a esas personas llevando licor para brindar
con sus madres recordó a la suya y fue en esos momentos que en el dorso de una
cajetilla de cigarros empieza a escribir:
Madre, esas arrugas se formaron pensando
¿Dónde estará mi hijo, por qué no llegará?
Y por más que las bese no las podré borrar.
Madre, tus manos tristes como aves moribundas
¡Déjame que las bese! Tanto, tanto han rezado,
por mis locos errores y mis vanas pasiones.
Y por último, Madre, deja que me arrodille,
y sobre tu regazo, coloque mi cabeza.
Y dime: ¡Hijo de mi alma!, para llorar contigo.
En 1957 musicalizó sus versos y fueron “Los Chamas”, quienes
estrenaron “Madre” que desde ese momento causó sensación y se convirtió en algo
así como un himno para rendir siempre culto a las madres del Perú.
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